El caprilismo

La batalla es contra la industria cultural, no contra un género musical


por Marcel Márquez

Se terminaron las cervezas, hay que dormir, pero antes, exprimo hasta las últimas micropartículas de malta y  lúpulo que corren por la sangre, en busca de la sustentabilidad del placer etílico, para reflexionar sobre nuevas sectas fundamentalistas dedicadas apasionadamente a perseguir el reggaetón.

Desde hace unas semanas se volvió a alborotar el avispero en los cimientos de la moral conservadora de académicos, opinólogos y críticos extremos. La razón: el éxito avasallante y la sobre exposición a nivel mundial de dos artistas hispanos, Rosalía y J Balvin, víctimas y victimarios de la industria cultural de este siglo.

El tema se viene discutiendo hasta el cansancio por redes sociales, en la mayoría de los casos desde una lectura muy superficial y moralista, satanizando el género musical como si gran parte de la música popular que se produce en el mundo desde hace más de 50 años no ha sido mercancía y no ha representado los mismos estereotipos del reggaetón, como la violencia, la opulencia y la hipersexualización, clichés inventados no por un género musical, sino por una industria.

Audazmente, muchos se aventuran a abrir un debate sin comprender este género musical ni de dónde viene, en qué contexto se originó, se desarrolló y  en qué momento perdió su autonomía; se lo tragó la industria cultural y lo vomitó como una mercancía para las masas. Generalmente esta audacia viene acompañada de un discurso psicosocial y argumentos críticos muy sólidos hacia la industria cultural, pero con una clara desinformación de contenido relacionado al género y su contexto histórico.

Dentro del discurso muchas veces suele subestimarse a la población de los sectores populares trazando límites a su capacidad de escoger el contenido musical que quieren escuchar, cuando la realidad indica una notable diversidad musical en los barrios. En Caracas, por ejemplo, hay bandas de salsa, rap, reggae, rock, punk, música tradicional, como en cualquier otro barrio de Latinoamérica,  en los que la diversidad,  según la región,  posicionan el reggaetón como un género poco explorado en agrupaciones musicales y poco tocado por los djs. Desplazando este género musical desde hace años hacia los sectores de la clase media y media alta que saben muy bien y escogen lo que escuchan.

Si nos remitimos a la ciudad de Caracas actualmente y hacemos un censo entre grupos de salsa, hip hop, trap y reggaetón, este último llega detrás de la ambulancia. En una conversa con Cristian Abreu, Dj Lunático, agitador cultural con más de diez años de actividad en la Parroquia Valle-Coche de la capital venezolana y oriundo del populoso sector El 70, nos corroboró que el reggaetón, a pesar de ser un ritmo que no falta en las fiestas, es el último en su selección. La prioridad en los set de Dj Lunático es para la música electrónica y la salsa.

Al preguntarle sobre su margen de decisión a la hora de escoger la música, entre lo que quiere escuchar y lo que sugiere internet, respondió: “Yo decido y busco. Lo que me ofrece internet es todo lo comercial y payoliado, como trap, reggaetón, música urbana de artistas latinos y artistas americanos que hacen publicidad en las plataformas, pero busco lo que quiero escuchar. No acepto sugerencias ya que conozco cómo es ese mercado. Además, hay alternativas que no son solo YouTube, existen otras plataformas que te ofrecen escuchar nuevos talentos que suben buen material”.

Insistiendo sobre la autonomía de los jóvenes del barrio a la hora de escuchar música en sus casas y desde sus teléfonos celulares, Abreu agrega: “Aquí en Caracas, en los barrios, suena de todo, somos muy variados en disfrutar todo tipo de géneros musicales…En las casas y los celulares lo que más se escucha es salsa y música electrónica”. Decir que el reggaetón es un género impuesto, hoy en pleno 2019, es bastante descontextualizado. Tal vez lo fue en los últimos años de agonía de la radio y la TV, pero actualmente las posibilidades de escoger lo que queremos escuchar es mucho más amplia.

Antes de pasar al estrado me tomo un shot de cachaça, me pongo mi sombrero macaracachimba y transmuto en un paso de baile  extrasandungótico.

QUE HABLE EL ACUSADO
Conocido popularmente con el remoquete de “perreo” y en algunas aulas de la academia y en la iglesia como “música del diablo”, el reggaetón no nació con la gasolina de Daddy Yankee. Viene desde mucho antes.  A finales de la década de los ochenta,  artistas como Vico C incursionaron en la escena buscando una identidad que los diferenciara del rap gringo y comenzaron a cantar rap en español.  A partir de entonces se generó toda una escena subterránea de rap hispano en la isla de Puerto Rico, Mcs que cantaban sobre instrumentales de rap norteamericano. Desde los barrios, se generó toda una economía cultural de conciertos y casetes piratas, muy similar a la de las minitecas y matinés en los barrios de Venezuela.

Con el tiempo esta escena fue creciendo de manera orgánica y en la década del noventa adoptó una identidad propia, dejando atrás los instrumentales de rap gringo y creando pistas originales que fusionaron el rap con géneros caribeños como el reggae, el dance hall y la salsa, para darle paso al reggaetón. Una de las principales razones de la simpleza del ritmo es porque proviene de los barrios populares, se trataba de jóvenes que no tenían exposición a estudios de música formal y creaban ritmos electrónicos muy básicos. Si comprendemos la historia de este género libres de prejuicios, podemos encontrar en sus inicios un proceso de descolonización espontáneo que se desvincula de la penetración gringa para reivindicar los ritmos caribeños y el idioma español en la música.

Al negar el reggaetón se niega una manifestación musical caribeña, es negar sus ritmos antecesores, negar el reggae y el dancehall, la soca y el mento, negar el merengue y la bachata dominicana, sus cortejos y sus bailes, negar la salsa, el erotismo de los tambores de la costa central venezolana. Al negar el reggaetón puede llegar a existir una alienación implícita a productos culturales foráneos.

Cada vez que leo a esa legión de evangelizadores que persiguen el reggaetón como a un género abominable que quiere corromper a las masas, no puedo evitar recordar esta escena del actor y director de cine Santiago Segura (Torrente) quien ofrece amablemente un poco de droga a su compañero y este le responde que la droga es mala,  para inmediatamente Torrente exponerle su postura. Tal vez excediéndose un poquito con el yonki que interviene en el diálogo,  pero ¡Joder!, es una película y necesita acción.




La droga no es mala, malo es el negocio del narcotráfico, malo es cuando las plantas de poder se sintetizan químicamente, malos son los excesos. El reggaetón no es malo, mala es la industria musical, la descontextualización de un género musical, la apropiación cultural, los prejuicios de la iglesia, la academia y la población conservadora que van sumando subjetividades y creando una matriz de opinión para convertir un género musical como cualquier otro en algo abominable ante la sociedad.

EL SECUESTRO DE UN GÉNERO
Luego de la consolidación del reggaetón en la isla de Puerto Rico este género se convierte en una maravilla codiciada por la industria cultural, que encuentra un producto ya armado, listo para ser masticado y vomitado como mercancía a millones de hispanos en Latinoamérica, Estados Unidos y el mundo,  sin contemplar en ningún momento la hegemonía y el poder con que venía este nuevo ritmo para darle una vuelta de rosca a la industria musical, imponiéndose como fenómeno de ventas y consumo a nivel internacional. Gol de la industria cultural al reggaetón, a los consumidores y autogol a la música pop.

Este puede ser un buen comienzo para iniciar un debate, entendiendo que la batalla es contra una industria y las hegemonías culturales que reproduce. Las discusiones no pueden ser personales, cuando se direccionan a un artista o a un género musical son cartuchos perdidos, son balas de capricho que se confunden entre el ego y el gusto personal, porque quien nos bombardea es un monstruo, los artistas son un microcosmos al lado de la maquinaria que los utiliza y los moviliza. Estos artistas pueden o no gustarnos, pero debemos entender que el problema no son ellos ni el género musical que representan, el problema es mucho más grande.

Quedan en el aire las siguientes inquietudes: ¿satanizar el reggaetón desde la superioridad académica subestimando a la población que lo escucha, silenciando su voz y cuestionando su capacidad de criterio es una batalla ganada a la industria cultural? ¿Es una batalla ganada contra la industria cultural observar a la población desde el ego académico como simples sujetos de estudio?

Artículo publicado originalmente en la revista cultural Mentekupa.

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