El caprilismo

(Des) conectados


La masificación del internet, y su "personalización" mediante la popularización del consumo y uso de teléfonos inteligentes o "smartphones", se supone que ha tenido, o tendría que tener, un efecto cultural de acercamiento entre las personas. A través de aparatajes tecnológicos es posible "acortar distancias" y "facilitar" la comunicación. Se pueden conocer las noticias "en tiempo real" y establecer intercambios de información en cuestión de fracciones de segundo. Las redes sociales son la máxima expresión de este estado de "hiperconectividad". 

Sin embargo, la experiencia de la comunicación globalizada ofrece un saldo en la cultura que, paradójicamente, contradice los postulados babélicos que proclaman una gran comunidad humana en permanente contacto e intercambio. La "aldea global" que previó esa “celebridad” de los medios masivos llamada Marshall McLuhan revela no ser tan "comunitaria" como se esperaba. En lugar de generar comunicación, intercambio y profundización del relacionamiento entre los seres humanos, los adelantos tecnológicos han producido una suerte de sujeto aislado en medio de la multitud. Las personas al estar enchufadas a sus dispositivos móviles, consumiendo información mediante las redes digitales, publicando fotografías y videos, exteriorizando sus estados de ánimo, a fin de cuentas creando un alter ego digital que refleja su imagen deseada de sí mismas y del mundo, terminan desconectándose del mundo exterior y de las personas que realmente las rodean. 

Las personas, cada vez más, disfrutan este "estado de exposición" en el que pueden sentirse emisores de información y ya no solo receptores. En Instagram, Facebook o Twitter, cualquier persona puede hacer exactamente "lo mismo" que una celebridad. Exponer sus acciones o pensamientos esperando recibir "la misma" atención que los famosos. La supuesta "comunicación" termina siendo un desfile de emisiones de información en una sola dirección. La gente espera mucho más ser vista y escuchada que ver y escuchar a los demás. Y en ese afán se disuelve la conexión con el otro. En el contacto, en lugar de acompañarnos, acabamos estando cada vez más solos. Tal como lo dijo en una entrevista el sociólogo polaco Zygmunt Bauman el año pasado, poco antes de morir: “Somos solitarios en contacto permanente”.


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