El caprilismo

América Latina y el pensamiento


Pensar a América Latina es siempre realizar una empresa nueva, perseguir un pensamiento de vanguardia. La independencia del pensamiento latinoamericano se presenta como una idea muchas veces comenzada y continuamente inacabada. La América de nosotros los llamados “latinoamericanos” nació y creció sin ser definida en sí misma, surgió en el mapa de la cultura occidental como un ente anexo, carente de personalidad propia.

América Latina fue definida siempre por otros, y esos otros la fundaron en el pensamiento como eso, como algo “otro”. Desde nuestro principio occidental fuimos nombrados por un centro de poder ajeno. Pertenecimos a Europa, pero no éramos Europa. Fuimos, y para ellos aún somos, “las indias”, “las colonias”, éramos parte de su imperio, pero éramos y somos finalmente “otra cosa”. En el pensamiento de los colonieros, había la mentalidad de detentar el poder europeo por derecho, pero esta idea estaba siempre conflictuada con dos realidades que neutralizaron su voluntad: la realidad de la distancia geográfica y política respecto al centro que siempre los marginó; y la realidad de la naturaleza en la que se desarrolló, esto es, la interacción de una pretendida cultura europea con un medio totalmente distinto que incluía culturas extrañas que fueron formando parte de su ser en el tiempo.

Desde la colonia fuimos buscando nuestra definición en el mundo, pero siempre se procuraba esa definición desde afuera, tratando de acercarnos a la idea de civilización para hallar el lugar que nos “correspondía”. Fue por eso que nunca encontramos tal lugar y continuamente fracasamos en nuestra voluntad de afirmarnos ante los demás; y ese conflicto devino históricamente en la explosión de los movimientos independentistas. La Independencia fue eso, la expresión total de la voluntad de definición, de la voluntad de afirmar una identidad. Comenzar a pensarnos desde nuestras propias cabezas, con todas las consecuencias políticas, económicas, morales que ello implicaba. Ese movimiento, esa potencia de autoafirmación, ha sido el hito fundamental y único en la historia del pensar latinoamericano. Sin embargo, al lograr independencias políticas en nuestros territorios, creímos que la empresa estaba realizada y descuidamos el pensamiento. Comenzamos, de nuevo, a pensarnos a partir de los patrones externos, a creernos otra cosa; comenzamos a imitar, a hacer emulaciones y parodias culturales. Y allí se volvió a ir nuestra historia.

No digo que no haya habido pensadores y pensamientos que procurasen definirnos desde nosotros, a partir de nuestra realidad y de nuestra humanidad propia, sino que el pensamiento dominante, el que realizó poder en esta tierra, siempre fue el que nos miraba desde otra parte. Por eso, ahora que vivimos el tiempo de la segunda potencia de América Latina, potencia siempre amenazada, no debemos olvidar el lugar fundamental del pensamiento en la independencia. La fuerza de la voluntad política debe permanentemente recrearse en la fuerza del pensamiento original, de la creación de nuestra realidad a partir de la mirada propia.


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