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Jonuel Brigue era el heterónimo de José Manuel
Briceño Guerrero. Su otro nombre, su otro Yo, o su Yo Mismo más bien. José
Manuel se decidió a sí mismo como profesor e investigador, y su relación con
Jonuel se desarrolló por muchos años como una danza, señalándose y mirándose
uno al otro a través de la palabra. En ese recorrido de memoria que fueron sus
vidas, edificaron juntos una relación que los hizo reconocerse mutuamente en el
espejo de la visión que de ellos tenían los otros. José Manuel era su profesor,
y Jonuel era su maestro.
Siempre fueron dos las percepciones mediante las que se les conocía. Para nombrarlos hacían falta dos palabras. Así lo pensaron y de eso se trataba su juego, producir el efecto de dos caminos o dos rutas de pensamiento, pero que fueron siempre la expresión binomial de una misma visión del mundo. Expresión que fue el sentido de toda su obra, entrelazada por ese hilo transparente que bordea la frontera imaginaria entre razón y poesía.
Siempre fueron dos las percepciones mediante las que se les conocía. Para nombrarlos hacían falta dos palabras. Así lo pensaron y de eso se trataba su juego, producir el efecto de dos caminos o dos rutas de pensamiento, pero que fueron siempre la expresión binomial de una misma visión del mundo. Expresión que fue el sentido de toda su obra, entrelazada por ese hilo transparente que bordea la frontera imaginaria entre razón y poesía.
Sabiduría y Filosofía. Briceño Guerrero era
un filósofo. Un filósofo nuestro. Mientras las modas intelectuales de nuestro
subdesarrollo se empeñaban con buen y mejor gusto en aprender a pensar de la
misma manera que los filósofos europeos se explicaban a Europa, en un rincón de
Los Andes venezolanos Briceño Guerrero estudiaba y pensaba, desde nosotros y a
través de todas las imágenes de Nuestro mundo, la manera de definirnos en
nuestra condición de latinoamericanos. Así mismo, Jonuel fumaba en su pipa una
mezcla de todas las imágenes universales para dibujar con humo mestizo las
preguntas que configuran nuestra expresión. Reunía las palabras más sencillas y
cercanas para decir las angustias de los hombres y formular siempre con
sabiduría y paciencia la única respuesta posible: invitarnos a pensar. El
maestro Jonuel era un sabio.
Literatura y Reflexión. Tanto Briceño
Guerrero como Jonuel entraban en esa caracterización que los definidores empedernidos llaman
"escritores indefinibles", que no caben en ningún género particular.
El primero porque escribía ensayos en los que seriamente reflexionaba,
reflejaba el pensamiento sobre el pensamiento, y recorría sentencias que se
aparecían sociológicas, antropológicas, naturalistas, matemáticas, filosóficas,
sin quitar la admirable calidad prosística. El segundo, narraba. Contaba
historias en las que la poesía cabalgaba suelta sobre el llano de la prosa,
algo parecido a la conversación, que es el canto de la reflexión.
@ÁngelDanielCCS
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Comentarios
Hermoso!
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